Alba de Tormes y Santa Teresa están muy unidos, Santa Teresa de Jesús fundó en 1571 el convento de carmelitas descalzas de la Anunciación en Alba de Tormes, y en este convento morirá Teresa en 1582. Desde entonces esta villa y esta santa no se explican una sin la otra. Alba es la villa ducal de la Casa de tal nombre, en el siglo XVI es una segunda Corte Española en la cual se agrupan hombres de letras, políticos o militares y toda una población ambulante que giraba alrededor de los Duques. A ello se debe la proyección que Alba tendrá en la literatura, el arte y la cultura española de la época, cuyo mejor exponente está en los conocidos versos de Garcilaso: En la ribera verde y deleitosa/ del sacro Tormes, dulce y claro río/ hay una vega grande y espaciosa,/ verde en el medio del invierno frío,/ en el otoño verde y primavera,/ verde en la fuerza del ardiente estío.
Vista de Alba en 1570, por Antón van den Vingaerde.
Alba es la villa populosa que había reflejado en 1570 Antón van den Vingaerde en uno de los muchos dibujos en los que recogió, por encargo real, las villas de la monarquía. El punto de vista del pintor que para los españoles fue Antonio de las Viñas, es el de la característica vista del caserío albense que incluye el Tormes como barrera y el puente como eje central. Falta el convento de carmelitas, pero puede adivinarse en su lugar la casa que fue de D. Francisco Velázquez y Dª Teresa de Laíz, y en el extremo derecho se alza majestuoso el gran castillo-palacio de los Alba enriquecido por el Gran Duque Fernando Álvarez de Toledo, que heredó en 1531 el titulo de III Duque y que falleció en Lisboa el 11 de Diciembre de 1582.
La estrecha identificación entre Alba y Teresa se debe más concretamente a que en este convento muere y está su sepulcro. Un hecho fortuito va a cambiar su último itinerario cuando se disponía a partir desde Valladolid a Ávila, es reclamada para acompañar en el parto a la joven duquesa María de Toledo, tercera mujer del que al final de ese año será el IV duque de Alba, Fadrique Álvarez de Toledo. Llega a Alba el 20 de septiembre, y al conocer que ya había nacido aquel niño (que moriría pronto) se dice exclamó: “¡Bendito sea Dios que ya no será menester esta santa!”. Así pasará los últimos quince días de su vida en el convento de Alba. El jueves, 4 de octubre, «día de San Francisco, en la anochecida muere Sta. Teresa en una celda conventual, el reloj daba las nueve campanadas». En ese reloj, año tras año, las carmelitas recuerdan el aniversario tocando las mismas campanadas (en el apartado de Textos y documentos de esta web un poema de Jacinto Herrero recrea hermosamente el último viaje de Teresa). Muere el mismo día de la reforma del calendario de Gregorio XIII, por la que el 4 pasó a ser el 15 de octubre, día en que a las 10 de la mañana, se celebró el funeral en la iglesia recién concluida. Quienes asistieron el día antes al bautizo del nuevo vástago de los Alba, no se perdieron el acontecimiento, por lo que la fama de santidad de Teresa se extendió rápidamente por toda España y los dominios de la Corona.
Facsímil del Libro de Las Fundaciones abierto por el capítulo 20, el dedicado a este convento.
Reloj conventual que dio las nueve campanadas en el momento de la muerte de la Santa.
Antiguo coro conventual
Claustro
Refectorio
Fue enterrada entre las dos rejas del coro bajo y comenzó entonces el peregrinar de sus restos, que entre 1585 y 1586 estuvieron algo menos de nueve meses en S. José de Ávila y luego volvieron a la Iglesia de su convento de Alba, donde –como se verá- tampoco pararon de un emplazamiento a otro. Hasta muerta seguía siendo vagamunda e inquieta.